Cabizbajo, tímido y con un rostro que refleja una inocencia que podría
ser propia de un niño. Avasallante, capaz de llevarse el mundo por delante y poseedor de un talento inigualable. Dos caras de una misma
moneda, dos fases de una misma persona
que se transforma cuando en sus pies tiene una pelota.
Es admirado por el mundo, menos por gente de sus tierras. Recibe
millones de aplausos, pero en su país se les niegan. Se le regalan elogios y se lo
mistifica, pero sus compatriotas tan sólo lo critican. Se le exige que sea
alguien que no es, se lo compara con un jugador de otra época, se le pide más y
siempre más, se piensa que no es argentino, se sostiene que mendiga su magia.
“Nunca ganó un mundial” repiten como si fuera el único jugador de la
selección y como si un título, por más importante que sea, define a un
futbolista.
“En el Barcelona brilla, acá desaparece”, reprochan hasta el cansancio,
sin tener en cuenta que por su país ha derramado casi tantas lágrimas como
gambetas desplegadas en una cancha; sin valorar el esfuerzo que realiza por
lucir la albiceleste; sin pensar que es sumamente distinto un club a
una selección.
“Nunca va a ser como Maradona”, afirman sin preguntarle a él si sueña con ser
como el Diego. ¿Alguien sabe si él desea ser alguien que no es?, ¿qué tal si
Messi quiere ser simplemente Messi y no una copia del ex jugador?
Comparaciones absurdas, críticas ignorantes y palabras dolorosas, eso
recibe una persona que nos ha dado tanto. Déjemoslo jugar, si al fin y al cabo,
eso es lo que quiere. Disfrutémoslo brillar, agradezcámosle por su magia y admiremos su
talento. Nosotros tenemos la dicha de ser testigos de su juego, simplemente aprovechemos ese premio que el fútbol nos dio, porque si bien su nombre será eterno, sus piernas un día dirán “basta”.
Perdón Messi, no te merecemos.
Perdón Messi, no te merecemos.