Translate

jueves, 25 de junio de 2015

Perdón Messi

Cabizbajo, tímido y con un rostro que refleja una inocencia que podría ser propia de un niño. Avasallante, capaz de llevarse el mundo por delante y poseedor de un talento inigualable. Dos caras de una misma moneda,  dos fases de una misma persona que se transforma cuando en sus pies tiene una pelota.
            Es admirado por el mundo, menos por gente de sus tierras. Recibe millones de aplausos, pero en su país se les niegan. Se le regalan elogios y se lo mistifica, pero sus compatriotas tan sólo lo critican. Se le exige que sea alguien que no es, se lo compara con un jugador de otra época, se le pide más y siempre más, se piensa que no es argentino, se sostiene que mendiga su magia.
“Nunca ganó un mundial” repiten como si fuera el único jugador de la selección y como si un título, por más importante que sea, define a un futbolista.
“En el Barcelona brilla, acá desaparece”, reprochan hasta el cansancio, sin tener en cuenta que por su país ha derramado casi tantas lágrimas como gambetas desplegadas en una cancha; sin valorar el esfuerzo que realiza por lucir la albiceleste; sin pensar que es sumamente distinto un club a una selección.
“Nunca va a ser como Maradona”, afirman sin preguntarle a él si sueña con ser como el Diego. ¿Alguien sabe si él desea ser alguien que no es?, ¿qué tal si Messi quiere ser simplemente Messi y no una copia del ex jugador?
Comparaciones absurdas, críticas ignorantes y palabras dolorosas, eso recibe una persona que nos ha dado tanto. Déjemoslo jugar, si al fin y al cabo, eso es lo que quiere. Disfrutémoslo brillar, agradezcámosle por su magia y admiremos su talento. Nosotros tenemos la dicha de ser testigos de su juego, simplemente aprovechemos ese premio que el fútbol nos dio, porque si bien su nombre será eterno, sus piernas un día dirán “basta”. 
Perdón Messi, no te merecemos.

miércoles, 24 de junio de 2015

Feliz cumpleaños, Román

  No podía dejar pasar este día sin escribir algo sobre él. No podía y no debía. No me lo permitía. 

37 años cumple hoy la persona, que dentro del mundo del fútbol, más me ha hecho feliz, más me ha conmovido y más impregnó mi vida de alegrías.
           
             Quisiera escribir algo que resuma lo mucho que lo amo, pero no creo que sea posible ni aunque disponga de 3 vidas para hacerlo. Porque cuando alguien marca tanto una vida, cuando alguien tiene la facultad de llegar a un corazón para quedarse, el sentimiento es tan fuerte que no se puede plasmar en palabras ya que el alma desconoce de las mismas, quizás porque simplemente, no las necesita.
           
            ¿Cómo definir a Riquelme, un hombre cuyo nombre está escrito a fuego en la historia del fútbol? Podría empezar diciendo que no es de este planeta, que hace magia y que es una leyenda viva del deporte más lindo del mundo. También es una posibilidad comenzar afirmando que es un ex futbolista que brilló en Boca, Barcelona, Villarreal y Argentinos Juniors; pero me parecen frases trilladas y quiero evitar caer en la monotonía del típico escrito hacia un futbolista cumpleañero. Elijo hablar desde mi corazón y no desde lo que me indica mi cabeza, no a partir de frases hechas tan vacías como empleadas.
            Quiero empezar afirmando que Román es la canción más armónica que ha sonado desde que existe el fútbol, es la poesía más romántica que con una pelota se ha escrito, es la pintura más preciada de todas las que se vieron en una cancha. Riquelme es arte.
           
            Román es el amor del joven ilusionado, la alegría del que con su fútbol ha triunfado, la sonrisa del ganador, la lágrima de emoción del que al fin a su meta llegó y la mueca de seriedad del que piensa solemnemente antes de cada movimiento. Riquelme es sentimiento.
           
            Román es azul y oro, el dueño de La Bombonera y el ídolo que a la hinchada le dio todo. Riquelme es Boca.
           
            Román es la gambeta imposible, el gol que ilusiona a la hinchada, la más maravillosa jugada. Él es ese pase que clarifica, esa pisada que hipnotiza y ese ex jugador del cual nadie se olvida. Riquelme es fútbol.
           
            Román es esa persona que nació en Don Torcuato y que hoy cumple 37 años. Es ese hombre alcanzó su sueño y recibió ovaciones de parte del mundo entero. Es ese sujeto que tiene aciertos y errores, que cosecha odios y amores. Riquelme es humano, aunque no lo parezca.

            Podría seguir enumerando características de ese caballero al que amo, pero decido frenar mi ímpetu y culminar con un deseo de feliz cumpleaños, con un profundo agradecimiento y con el pedido explícito de que vuelva a iluminar las canchas con su juego para volver a hacernos felices a los espectadores, a la pelota y por sobre todo, al fútbol.

            Feliz cumpleaños, ídolo. Gracias por tanto... perdón por tan poco.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Dos meses

Hace dos meses el fútbol derramó una lágrima,  hace dos meses mi alma se desvaneció, hace dos meses la pelota se sintió sola. Hace dos meses dijiste adiós.
¿Por qué dijiste adiós, Román?, ¿por qué no esperaste un poco más?,  ¿por qué entristeciste al fútbol?, ¿por qué dejaste a la pelota en soledad?
Hace dos meses que al fútbol le dijiste adiós y ya nada es igual. La pelota sigue buscando tus pies, tus besos, tus caricias, tu amor. Ese amor que la llevaba a realizar movimientos casi impensados, mágicos, como sólo lo hacía con vos. Porque aunque muchos la utilicen, ella fue, es y será tu fiel compañera. Siempre te pertenecerá, aunque el sol se congele, aunque los mares se incendien.
Sos un abanderado del fútbol, sos escudo del buen juego, sos insignia de talento, sos un himno eterno. Sos magia, sos un maestro, sos eso que pasa y no entiendo. Sos sonrisa, sos luz, sos una estrella terrenal que brilla como las del cielo. Deleitaste al mundo con tu juego, cumpliste fantasías, alcanzaste tus sueños.
Dos meses pasaron y mi corazón te sigue buscando, sigue esperando tu vuelta, se mantiene ilusionado. Y creeme, te esperará eternamente porque lo marcaste a fuego al igual que a mi vida, porque le provocaste sonrisas, porque le regalaste alegrías. En mis recuerdos seguís siendo futbolista, pero la realidad me choca y me hace entender que abandonaste los cortos, aunque ellos no te quieren abandonar.
Recibiste miles de aplausos, pero algunos quedaron pendientes. Tus oídos se endulzaron con gran cantidad de ovaciones, pero hay muchas que todavía no recibiste. Tu magia impregnó decenas de canchas, pero otras decenas te están esperando. Millones de personas disfrutamos de tu juego, pero otros millones no van a tener la posibilidad. 
No sabés cuanto daría porque aparezcas por La Boca diciendo que vas a volver. No sabés cuando deseo que entres a La Bombonera a jugar, a brillar, a iluminar la cancha con tu magia. No sabés lo bien que me haría que te pongas los cortos, que luzcas la 10. La 10 de Boca que es tuya y sólo tuya, aunque la prestes, aunque otro la use, aunque nos hagan creer que esa emblemática camiseta de es de otro, ¡ja!, ¿se creen que no sabemos que te pertenece?, ¿se creen que te olvidamos?
¿Por qué te espero?, ¿por qué mantengo la ilusión de tu vuelta?, por amor, mi querido Román, por amor y nada más que amor. Por amor a vos, mi máximo ídolo en el fútbol, la persona que más me hizo disfrutar de su juego, el hombre que con sólo tocar una pelota, ha logrado hacerme feliz.
Me dirán loca, me dirán ilusa; al fin y al cabo me da igual, yo aquí te seguiré esperando, aunque quizás nunca volverás.

Gracias por tanto, Riquelme. Ojalá que algún día tenga la dicha de conocerte, para decirte cuanto te amo y más que nada para agradecerte. 

miércoles, 28 de enero de 2015

Hasta siempre, Román

Escribo esto con lágrimas en el corazón. El agua cae de mis ojos cual catarata ácida. Siento que el pecho se me estruja con la fuerza de las tempestades. Y lloro. Lloro como lloras vos. Como llora en el fútbol. Como llora la pelota. En fin, como llora todo aquel que disfruta del deporte más lindo. Que se rasga el alma cuando su equipo se posa sobre el verde césped. Que vive entre gol y gol. Ahora, en este instante de cielo claro, siento dolor y un dejo de nostalgia atraviesa mi alma. Y cada centímetro de mi piel. Pienso en infinidades contemplando al vacío. Me pregunto sobre mil cuestiones, pero no encuentro respuestas. La pelota tampoco. 
El 25 de enero el fútbol vivió uno de los días más tristes desde que un par de ingleses decidieran inventarlo. Una leyenda le dijo adiós a este deporte, a este deporte al que tan bien le hizo. A este deporte al que tan maravillosamente jugó. Y al que tendría que haber practicado eternamente. El tiempo es cruel e hizo que nos golpee un día que jamás tendría que haber llegado. Lo temíamos. Así como los rivales sentían el horror entre sus venas al tener a la magia del 10 en la cancha. No estábamos preparados para esas palabras, que nos tomaron por sorpresa, disecándonos cada vestigio de esperanza.
Riquelme se retiró y con él se enterró una parte del fútbol. Quedó un hueco imposible de llenar, un lugar que nadie va a poder ocupar. Aunque pasen los años y los días quieran llamar al olvido. Aunque aparezcan miles de pibes con los mismos sueños de un hombre que nació en Don Torcuato, pero que supo meterse en los corazones de millones de personas alrededor del mundo. Los mismos sueños de un pibito de barrio, que solo quería jugar “a la pelota” y  disputar algún día un partido en La Bombonera. Un bosterito que dejó de estudiar para perseguir sus metas y sentir su alma vibrar con cada aplauso que sus lujos recibieran. Un chiquito que pasó de jugar en un humilde potrero, a recibir elogios en la cancha de Boca, en la del Barcelona, en la del Villarreal, en la de Argentinos Juniors y en decenas de estadios más. De estadios que fueron testigos de su magia, de su talento, de sus pies prodigiosos, de sus pases de diamante, de sus caños resplandecientes. Un mago que nos sacó sonrisas con simplemente tocar una pelota (qué eficaz era su varita cubierta con un botín). Un artista cuyos pinceles son sus pies, su lienzo el verde césped y los movimientos que la pelota ejecutaba en la cancha, sus preciadas pinturas. Un hincha como yo, como vos, que también anhelaba con que la azul y oro galope por todos los rincones de este planeta. Y lo logró.
Colgó los botines y le dijo AD10S a una etapa plagada de títulos, magia, mística. Y sobre todo, de felicidad para todos aquellos que lo vimos jugar y desplegar sus gambetas en el patio de su casa. Somos privilegiados al haber tenido el honor de disfrutar de su fútbol. Ese fútbol tan pensante, que cumple con la utopía de para el segundero para elegir bien, que abraza siempre a la pelota. A la pelota: su fiel compañera, el juguete más lindo, ese objeto con el que el 10 tenía un ROMANce que permanecerá inoxidable a través del tiempo. Porque los amores de verdad no se olvidan, ni se esconden, ni se guardan. Quedan latiendo en la memoria, en cada instante en el que cerremos los ojos para abrirlos al recuerdo. Y este es uno de ellos.
Pobre de aquel que no supo disfrutarlo, pobre de aquel que por rivalidad o rechazo, se perdió de uno de los jugadores más grandes del fútbol mundial. Pobre de aquel que miró hacia otro lado cada vez que Riquelme sacaba de su galera algún movimiento mágico con la número 5. Pobre de aquel que corrió la mirada ante un tiro libre que dejaba al balón dentro de la red, entrando de una manera impensada, convirtiendo un gol espectacular. Único. Extraordinario. Como él.
Siento un dolor profundo, tengo espinas en mi pecho. Una parte de mí se derrumbó con fuerza en este enero gris, pero mantengo la vaga ilusión de que saldrá en los medios, con sus botines puestos, diciendo que va a volver. Que nos quedemos tranquilos porque el seguirá jugando. Porque él quiere volver a sacarnos una sonrisa. Una sonrisa a nosotros, al fútbol y a la pelota. Quiero que su retiro sea un amague más, deseo que nos haya engañado, que logró gambetearnos, como lo hizo con sus rivales durante su carrera. Esa carrera que terminó, pero que aún no lo creo. Esa carrera que llegó a su fin, pero que quedará marcada a fuego en el fútbol mundial. Porque las leyendas no se extinguen. Y Román es una de ellas.
Muchos futbolistas podrán jugar al fútbol, pero nadie lo hará como él.
Cientos de pibes dirán que juegan de 10, pero el último 10 se despidió.
Miles de pies pisarán el místico césped de La Bombonera, pero jamás habrá otro que la sentirá como el jardín de su casa.
La 10 de Boca, podrá ser portada por gran cantidad de jugadores, pero eternamente será de Riquelme.
Varios besarán la pelota, pero ella seguirá manteniendo un ROMÁNce con Román.
Otros recibirán ovaciones, pero las que él obtuvo jamás se repetirán.
Hubo, hay y habrá muchas personas que juegan al fútbol, pero él y solamente él, será, por siempre, mi máximo ídolo en el fútbol.
Termino esto con un profundo agradecimiento a este señor tan bostero como yo, que desde el 1996 sana a la pelota.

Hasta siempre, Juan Román Riquelme. Te amo, ídolo.


Gracias por cada sonrisa, por cada lágrima, por cada ilusión. Te amo y jamás dejaré de amarte. 

martes, 13 de enero de 2015

Perdón, machistas

“Sos mujer, no te puede gustar el fútbol”, “¿por qué te gusta el fútbol?, ¿acaso sos lesbiana?”, “sos un machito”, “dejá de hacerte la que te gusta el fútbol”. Frases como estas, he escuchado a lo largo de lo que va de mi vida. Frases como estas que tanto duelen, que tanto lastiman. Que tan mal hacen.
Soy mujer y si, amo el fútbol, tanto como lo puede amar un hombre, tanto como lo puede amar cualquier persona de este planeta. ¿Por qué dudan ante cada comentario futbolero de una mujer?, ¿por qué tenemos que seguir los estereotipos sociales que afirman que hay deportes de mujeres y deportes de varones?, ¿por qué hay gente con la mente tan retrograda, tan machista, tan cerrada y tan cruel?, ¿acaso hay una razón biológica que indique que las chicas no podemos entender lo que es 9, un 2, un 3?
El machista que cree que por el simple hecho de pertenecer al sexo femenino, no tengo noción del deporte más lindo del mundo, no sabe la alegría que me produce ver a mi equipo, las lágrimas que derramo ante observar a mi club y a mi querida selección perder y mi sonrisa irradiante frente a una victoria. El machista desconoce cuánto amo ver a la caprichosa desplazándose por el verde césped, con un vaivén que constituye una danza irregular, pero la vez única.
¿Qué sabrá el que me señala con el dedo, de las noches en las que no pude dormir, porque el llanto de la derrota, no abandonaba mi alma?, ¿qué sabrá de los encuentros en los que dejaba todo y más en la cancha, para encontrar la victoria?, ¿qué sabrá de las veces en las que quedé afónica por alentar a mi equipo?, ¿qué sabrá él de mi sentimiento por el fútbol?, ¿qué sabrá de los momentos felices que viví y vivo gracias a este deporte?, ¿qué sabrá de mis gritos desaforados ante las incidencias de un partido, de mis sueños en base a la pelota, de cómo el corazón parece salirse de su lugar cada vez que una exclamación de “gol” sale de mi garganta?, ¿qué sabrá de la vida, si su mente es cerrada?
Ser mujer y futbolera implica demostrar en cada instante que se sabe, a diferencia de los chicos, cuándo no tendría que ser así. Vivimos en un país machista, un país en el que la opinión del hombre tiene más peso que la de una dama. Un país en el que somos burladas y hasta cuestionan nuestra feminidad por sentir fanatismo por este deporte, como si amar a esta disciplina y ser una chica fuera un delito a nuestra condición de mujeres. 
El fútbol, señores, el fútbol, señoras, es una pasión que no distingue colores de piel, status económico o posición geográfica. Y tampoco, sexos. Porque algo tan lindo, tan sano, no pude ser exclusividad de un solo grupo de la sociedad. Jamás.  

Finalizo esto, pidiendo perdón a los machistas porque no encajo en sus estereotipos. Perdón machistas por ser futbolera. Perdón machistas, por preferir ver un partido antes que una novela, por tener un ídolo futbolista y no cantante. Perdón machistas por llevar en el corazón una pelota de fútbol. Perdón machistas, simplemente perdón por amar a algo que me hace feliz…

miércoles, 7 de enero de 2015

¿Y si Maradona no la hubiera conocido?

El Diego. Esplendoroso y talentoso. En la cancha lograba realizar lo imposible, eso que nadie podía hacer, eso que sólo con una cuota de magia se llevaba a cabo. Gracias a sus piernas, todo el pueblo argentino tocó el cielo con las manos en el 1986. Un extraterrestre que supo humillar a los ingleses en México, dejándolos cabizbajos y sin esperanzas.
Atrevido y encarador. Con su juego conquistó argentina y el mundo, no había país que no hablara de él. No había nadie que no sabía su nombre. Destilaba felicidad en el verde césped, dejaba a sus contrarios por el suelo. Sacarle la pelota era una odisea que sólo los valientes podían emprender.
Gambeteador y habilidoso. Su lienzo era la cancha, sus pies el pincel y sus pinturas eran los preciados movimientos que la pelota realizaba besando el suelo. No había discusiones sobre su talento, era admirado por todo aquel que alguna vez en su vida había tocado una pelota. Chicos, grandes, mujeres, hombres, se deslumbraban ante su juego. Su grandeza era indiscutible, su brillo era innegable.
Un gigante de aquellos, pero estoy segura de que podría haber sido mucho más grande. Estoy convencida de que si no la hubiera conocido, nos habría brindado más fútbol. Él mismo lo afirma, él mismo lo reconoce.
Lamentablemente, las ganas de conocerla lo superaron. Entró en un mundo nefasto y ya nada fue igual. El fútbol derramó una lágrima, la pelota entristeció y millones de corazones futboleros no le encontraban la explicación a la decisión equivocada que tomó el Diez. El monstruo de este deporte. El emblema. El abanderado de la selección argentina por aquellos años. Simplemente, él.
¿Por qué quiso tomar ese camino?, ¿por qué no pensó en que esto le afectaría?, ¿por qué no priorizó su carrera antes que un placer momentáneo?  Tantas preguntas como rivales dejó el Diego en el camino, pero tan pocas respuestas como gente que pudo frenarlo en un estadio. Muchos dirán que en su vida privada no hay que meterse, pero él estaba metido en la vida de millones de amantes del fútbol. Nadie estaba exento a preguntarse sobre este tema.
Creo que ya sabe de qué le hablo, creo que ya sabe que hablo sobre ella, eso que tan mal le hizo, eso que prohibió que sus piernas sean las mismas que antes. Eso que mermó la carrera de un maestro. Eso que jamás tendría que haber conocido. Porque Maradona es un grande, su nombre está marcado a fuego en la historia del fútbol, pero si no la hubiera conocido, hoy hablaríamos de otro Diego Armando.




Nota: Debido a mi edad, nunca pude disfrutar de su juego en vivo. Pero como toda persona futbolera y argentina, se lo que fue este gigante como jugador y lo feliz que hizo a los argentinos con su fútbol. 

domingo, 4 de enero de 2015

Tu primer partido

Un día como cualquier otro, pero a la vez tan distinto. En el aire sentías una mística especial, tal vez sea por tus nervios,  acaso por la ansiedad o quizás por ese “no sé qué” que te originaba el solo hecho de pensar que tal vez, estabas a horas, minutos, segundos de entrar a la cancha y jugar.
Eras el nuevo, o la nueva, el desconocido, la desconocida, el/ la que no contaba con la experiencia de los/as demás, pero si ostentaba las mismas ganas de jugar que los/as que componían el 11 titular.
La previa, la charla técnica, el momento en el que el DT explicaba con paciencia (o no tanto), lo que quería ver en el partido. Él dio la alineación y vos no estabas. Otra vez.  Pero esta ocasión, iba a ser distinta.
Empezó el partido y vos te situabas afuera, ahí, en ese lugar en el que no querías estar, porque vos deseabas encontrarte adentro, defendiendo los colores de la camiseta que llevabas puesta en ese momento. Pero no podías. Mirabas al DT, ansioso/a, en silencio, expectante a sus indicaciones. Esperando a que diga tu nombre. "¿Cuándo va a decirme que me toca?, ¿tendré que esperar mucho tiempo más?", te preguntabas a los gritos, pero por dentro, para que nadie te escuche, mientras te atormentaba la idea de que tal vez este día, tampoco sea tu día. 
Los minutos pasaban y vos no entrabas. Quizás era porque el partido estaba complicado, tal vez porque el equipo estaba bien o tan solo, porque no iba a ser tu momento. Otra vez. Una vez más.
Te lanzabas a la espera de que llegue tu minuto, tu llamado, tu instante. El segundo que tanto esperabas, pero que tanto se hacía esperar.
Te imaginabas jugando, te veías en la cancha, te ilusionabas con la idea de que digan tu nombre, de hacer un gol, de gambetear al rival, de salvar a tu equipo de un grito goleador contrario…pensabas en tantas cosas, soñabas despierto/a, soñabas desde el banco, con ganas de estar adentro.
En un momento, el DT te miró y te dijo que entrés, con esa voz que sonaba como siempre, pero a la vez tenía un toque particular. ¡Es que te dijo que ingreses!, ¡es que te dijo que ibas a jugar!. Siempre esperaste este momento y al fin llegó. Te emocionaste,  la felicidad se evacuaba por tus poros, tus ganas de gritar debido a la alegría eran incontenibles, pero tratabas de mantener la calma, querías que te vean irradiando tranquilidad, aunque se te hacía imposible.
El cambio tuvo lugar y pisaste la cancha. Te ubicaste en tu posición, y te dispusiste a jugar. Mirabas la pelota y a tu entorno, pensabas en el partido pero también en que por fin se te dio. En que por fin estabas ahí.
La pelota te llegó y la sentiste con tu calzado. La querías tener por siempre, la querías pisar eternamente.  La notabas distinta a los entrenamientos, tenía algo particular, algo diferente. Pero lo distinto, la distinta, no era la pelota, eras vos. Qué lindo se sentía todo desde ahí, desde el verde césped, desde ese sitio tan hermoso.
Lo que restaba del partido, se te pasó volando, más rápido que nunca y el pitazo final dio fin al encuentro. Saludaste a tus rivales y a tus compañeros/as. Luego llegó la hora de saludar al DT y ese fue el saludo más lindo de todos lo que le habías dado, porque lo hiciste saliendo de la cancha, lo abrazaste transpirado/a y con la alegría de haber sido partícipe de ese momento único. Del momento en el que debutaste. 
No importa cuánto tiempo pasó de ese partido, hoy lo tenés en la retina y guardado en tu corazón. Hoy lo tenés ahí, atesorado y hay algo que es seguro, los años pasarán pero de ese día, jamás te vas a olvidar.


Dedicado a todos los que juegan o alguna vez jugamos en un equipo de fútbol, ya sea de barrio, de pueblo o profesional. Sea chico, grande o gigante. La emoción de ese día, la sentimos todos. Tal vez nuestro debut fue bueno, regular o malo, pero la satisfacción de haber estado en cancha por primera vez, no nos la quitará nada…ni nadie.

sábado, 3 de enero de 2015

Llora la pelota

Ella es caprichosa, pero su llanto no es por capricho. Llora la pelota y tiene argumentos, llora por dolor, llora en el vaivén que ejecuta de un pie hacia el otro, besando el verde césped de la cancha. Llora ella, y llora el fútbol.
Llora al ver como por unos pocos, las canchas se convirtieron en auténticos campos de batalla en los que impera la violencia y la intolerancia. Llora al observar como ese padre ya no lleva al hijo al estadio por miedo, como esa mujer teme ante la mirada amenazante de un barrabrava, como ese hincha que concurría a ver a su equipo siempre, ya no lo hace más porque la vida se le extinguió en una pelea por un partido.
Llora y se pregunta hasta cuándo, llora y piensa en los casi 300 muertos a raíz de la violencia en el fútbol y le aterroriza la idea de saber que pueden ser más.
“¿Quién tiene que actuar frente a esto?, ¿qué culpa tiene el hincha común, el que ama al club, de que unos violentos solo quieran hacer daño?”, se pregunta mientras sigue danzando entre los jugadores.
La número 5 entiende, la número 5 siente dolor al ver cómo va perdiendo protagonismo en los medios, viéndose desplazada por las noticias de violencia en este deporte tan lindo, que a veces se ve ensuciado por estas cuestiones.
“La pelota no se mancha”, dice el Diego,  pero hoy vemos que, lamentablemente, esa afirmación se tira a a la borda, porque el balón está manchado. Manchado por sangre, manchado por lágrimas, manchado por dolor, manchado por unos inadaptados a los que poco le importa el sentimiento por un club y actúan como asesinos frente a un resultado deportivo. Por esto la pelota llora, por esto ella derrama sus lágrimas.
La pelota llora y tiene miedo.  Su miedo, es el miedo mío, es el miedo tuyo, es el miedo de todos los futboleros. Tiene miedo de que las canchas dejen de contar con la presencia de los hinchas, tiene miedo de que los violentos se apoderen de este deporte, tiene miedo de que el fútbol, deje de ser fútbol.
La pelota pide un fútbol en paz y sin violencia, como el que queremos todos.



El fútbol de la calle, el fútbol de mi infancia

Aquellos partiditos por la coca, aquel lugar que ni siquiera tenía forma de cancha, con un arco improvisado con dos piedras y una pelota que con suerte, estaba inflada, eran factores comunes de todas nuestras tardes, a pesar del clima, a pesar de nuestro cansancio, a pesar de todo. No nos importaba llevar los botines Nike, no nos desvelaba tener la mejor pelota, ¿para qué?, sin con zapatillas viejas se puede jugar y hasta una botella sirve de balón.  
Inventábamos reglas y teníamos fobia a que una vecina nos saque la pelota, si por esos movimientos caprichosos de la misma, caía en su patio. ¿Los árbitros?, solo aparecían en la televisión y el pitazo final, era una mamá gritando para que unos de los jugadores vaya a su casa o en otros casos, cuando el dueño del balón se enojaba y decidía irse, envuelto en llanto y berrinches.  Los partidos terminaban con resultados irrisorios, plagados de goles o también aparecía el famoso “gol gana” y ahí, el encuentro se ponía más picante que nunca. Recuerdo esto y una sonrisa se esboza en mi rostro y mi alma me recuerda, con un dejo de nostalgia, a cuando era una nena chiquita y jugaba con los varones “a la pelota”. Ese juego tan lindo, sano y apasionante, compañero de cada día.
Al crack del lugar (cosa que nunca fui), se lo disputaban los dos capitanes y durante el partido, recibía los golpes más fuertes y tal vez, si era afortunado, algunos de esos golpes se cobraran y reitero, solo con una gran cuota de fortuna, porque el “siga, siga”, era moneda corriente. Las tácticas, eran pensadas al mejor estilo Guardiola, Klopp, Bilardo, Menotti, Bianchi, etcétera (elija usted el que más le guste y si no está en esta lista, tenga la libertad de agregarlo mentalmente) y la elección de jugadores para cada puesto, era algo más o menos así:
-Arquero: el más gordito, porque teniendo en cuenta sus dimensiones, el arco iba a estar más protegido. O en su defecto, el jugador menos habilidoso.
-Defensores: los “pata duras”, los que no le hacían goles ni al arco iris y en algún lugar había que ponerlos, ¿no?. (Cabe aclarar, que hay defensores que juegan muy bien. Tenemos a Lahm en actividad, por citar un ejemplo)
-Mediocampistas: los pensantes y los que sabían administrar la pelota. Aquellos pibes que soñaban con ser un Riquelme, un Iniesta, un Pirlo, un Zidane…
-Delanteros: los goleadores, los cracks, las estrellas del equipo y los que primero agarraban la coca cuando el equipo ganaba. 
Por lo general, el arco era el puesto menos requerido y por regla fija, el dueño de la pelota, jamás lo ocupaba.
Estos recuerdos son caricias al corazón, hoy seguimos jugando, pero ya no se vive como antes. Que puro que era todo, una coca era nuestra Copa Libertadores, un patio era nuestro estadio,  ¿y nuestra paga por cada partido?, la satisfacción de jugar al deporte que amamos, eso que parece tan simple, pero a la vez tan gratificante.

Gracias, fútbol de la calle, gracias por tantos momentos felices. 

viernes, 2 de enero de 2015

Y se va...


Y se va, decide irse. Me arriesgo a pensar que no miente cuando dice que esta decisión fue la más difícil, porque él ama a su club, tanto como yo al mío o como vos amás al tuyo.
Seguramente una lágrima rozó sus mejillas al decidir aquello tan duro, tan triste, tan doloroso, así como mi corazón lloró al enterarse de esta noticia que parecía tan lejana, pero que finalmente llegó. Hay momentos que quisiéramos que nunca lleguen, decisiones que esperamos que jamás se tomen, pero el tiempo corre y no se detiene. Todos sabíamos que este día llegaría, que en un momento nos íbamos a topar con esto, con ese par de palabras que queríamos que nunca se den a la luz.
Nunca estamos preparados, nunca para esto. Y a mí, aunque no sea hincha del Liverpool, esta noticia me cayó mal, como un balde de agua fría, o, hablando en términos futboleros, como cuando me hacen un caño. Es que ya quedan pocos fieles en el fútbol, no hay muchos amantes a un club que continúan en el mismo a pesar de todo, y él, es el claro ejemplo del jugador fiel, el terror de los clubes que prefieren a futbolistas movilizados por el dinero y no por el arraigamiento a un equipo, a una institución, a unos colores que atraviesan al corazón.
Al final la temporada, se va del Liverpool y una historia de fidelidad, llegará a su fin, se cerrará el capítulo, no sin lágrimas en los ojos, no sin tristeza en el alma, no sin antes preguntarse por qué.
La cinta de capitán lo extrañará y se verá despojada de su eterno compañero, de aquel que supo y sabe portarla con honor, garra y fútbol. Anfield se sentirá raro al no ver en su verde césped a este gigante y los hinchas ya no lo verán en acción, portando la camiseta de su equipo, dejando hasta el corazón en la cancha y un poco más también.
Pero hay un lugar en el que continuará brillando con la del Liverpool, hay un lugar en el que aunque pasen los años, seguirá destacando y mostrando su talento en un rectángulo rodeado de gente en el que se hizo leyenda, en el que pasó de ser un jugador común, a ser referente. Ese lugar es la memoria, en ese rincón de nuestros recuerdos atesoraremos cada gol, cada triunfo, casa pase, cada función de magia, cada partido en los que nos deleitó (y nos continuará deleitando) con su juego. Las leyendas nunca mueren, los grandes no se olvidan y Steven permanecerá presente en su club, aunque el tiempo pase, aunque la vida siga, aunque miles de jugadores se luzcan en ese equipo.
Gracias, Gerrard. Que estos meses que le quedan a la temporada, sean memorables, y tranquilo, Anfield te estará esperando para cuando quieras darte una vuelta.