Un día como cualquier otro, pero a la vez tan distinto. En
el aire sentías una mística especial, tal vez sea por tus nervios, acaso por la ansiedad o quizás por ese “no sé
qué” que te originaba el solo hecho de pensar que tal vez, estabas a horas,
minutos, segundos de entrar a la cancha y jugar.
Eras el nuevo, o la nueva, el desconocido, la desconocida,
el/ la que no contaba con la experiencia de los/as demás, pero si ostentaba las mismas
ganas de jugar que los/as que componían el 11 titular.
La previa, la charla técnica, el momento en el que el DT
explicaba con paciencia (o no tanto), lo que quería ver en el partido. Él dio la
alineación y vos no estabas. Otra vez. Pero
esta ocasión, iba a ser distinta.
Empezó el partido y vos te situabas afuera, ahí, en ese lugar en
el que no querías estar, porque vos deseabas encontrarte adentro, defendiendo
los colores de la camiseta que llevabas puesta en ese momento. Pero no podías.
Mirabas al DT, ansioso/a, en silencio, expectante a sus indicaciones. Esperando
a que diga tu nombre. "¿Cuándo va a decirme que me toca?, ¿tendré que esperar mucho tiempo más?", te preguntabas a los gritos, pero por dentro, para que nadie te escuche, mientras te atormentaba la idea de que tal vez este día, tampoco sea tu día.
Los minutos pasaban y vos no entrabas. Quizás era porque el
partido estaba complicado, tal vez porque el equipo estaba bien o tan solo,
porque no iba a ser tu momento. Otra vez. Una vez más.
Te lanzabas a la espera de que llegue tu minuto, tu llamado,
tu instante. El segundo que tanto esperabas, pero que tanto se hacía esperar.
Te imaginabas jugando, te veías en la cancha, te ilusionabas
con la idea de que digan tu nombre, de hacer un gol, de gambetear al rival, de
salvar a tu equipo de un grito goleador contrario…pensabas en tantas cosas,
soñabas despierto/a, soñabas desde el banco, con ganas de estar adentro.
En un momento, el DT te miró y te dijo que entrés, con esa
voz que sonaba como siempre, pero a la vez tenía un toque particular. ¡Es que
te dijo que ingreses!, ¡es que te dijo que ibas a jugar!. Siempre esperaste
este momento y al fin llegó. Te emocionaste, la felicidad se evacuaba por tus poros, tus
ganas de gritar debido a la alegría eran incontenibles, pero tratabas de mantener la
calma, querías que te vean irradiando tranquilidad, aunque se te hacía
imposible.
El cambio tuvo lugar y pisaste la cancha. Te ubicaste en tu
posición, y te dispusiste a jugar. Mirabas la pelota y a tu entorno, pensabas
en el partido pero también en que por fin se te dio. En que por fin estabas
ahí.
La pelota te llegó y la sentiste con tu calzado. La querías
tener por siempre, la querías pisar eternamente. La notabas distinta a los entrenamientos, tenía
algo particular, algo diferente. Pero lo distinto, la distinta, no era la
pelota, eras vos. Qué lindo se sentía todo desde ahí, desde el verde césped, desde ese sitio tan hermoso.
Lo que restaba del partido, se te pasó volando, más rápido que nunca y el pitazo final dio fin al encuentro. Saludaste a tus rivales y a tus compañeros/as. Luego llegó la hora de saludar al DT y ese fue el saludo más
lindo de todos lo que le habías dado, porque lo hiciste saliendo de la cancha, lo abrazaste transpirado/a y con la alegría de haber sido partícipe de ese momento único.
Del momento en el que debutaste.
No importa cuánto tiempo pasó de ese partido, hoy lo tenés en
la retina y guardado en tu corazón. Hoy lo tenés ahí, atesorado y hay algo que
es seguro, los años pasarán pero de ese día, jamás te vas a olvidar.
Dedicado a todos los que juegan o alguna vez jugamos en un
equipo de fútbol, ya sea de barrio, de pueblo o profesional. Sea chico, grande o gigante.
La emoción de ese día, la sentimos todos. Tal vez nuestro debut fue bueno,
regular o malo, pero la satisfacción de haber estado en cancha por primera vez,
no nos la quitará nada…ni nadie.