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miércoles, 28 de enero de 2015

Hasta siempre, Román

Escribo esto con lágrimas en el corazón. El agua cae de mis ojos cual catarata ácida. Siento que el pecho se me estruja con la fuerza de las tempestades. Y lloro. Lloro como lloras vos. Como llora en el fútbol. Como llora la pelota. En fin, como llora todo aquel que disfruta del deporte más lindo. Que se rasga el alma cuando su equipo se posa sobre el verde césped. Que vive entre gol y gol. Ahora, en este instante de cielo claro, siento dolor y un dejo de nostalgia atraviesa mi alma. Y cada centímetro de mi piel. Pienso en infinidades contemplando al vacío. Me pregunto sobre mil cuestiones, pero no encuentro respuestas. La pelota tampoco. 
El 25 de enero el fútbol vivió uno de los días más tristes desde que un par de ingleses decidieran inventarlo. Una leyenda le dijo adiós a este deporte, a este deporte al que tan bien le hizo. A este deporte al que tan maravillosamente jugó. Y al que tendría que haber practicado eternamente. El tiempo es cruel e hizo que nos golpee un día que jamás tendría que haber llegado. Lo temíamos. Así como los rivales sentían el horror entre sus venas al tener a la magia del 10 en la cancha. No estábamos preparados para esas palabras, que nos tomaron por sorpresa, disecándonos cada vestigio de esperanza.
Riquelme se retiró y con él se enterró una parte del fútbol. Quedó un hueco imposible de llenar, un lugar que nadie va a poder ocupar. Aunque pasen los años y los días quieran llamar al olvido. Aunque aparezcan miles de pibes con los mismos sueños de un hombre que nació en Don Torcuato, pero que supo meterse en los corazones de millones de personas alrededor del mundo. Los mismos sueños de un pibito de barrio, que solo quería jugar “a la pelota” y  disputar algún día un partido en La Bombonera. Un bosterito que dejó de estudiar para perseguir sus metas y sentir su alma vibrar con cada aplauso que sus lujos recibieran. Un chiquito que pasó de jugar en un humilde potrero, a recibir elogios en la cancha de Boca, en la del Barcelona, en la del Villarreal, en la de Argentinos Juniors y en decenas de estadios más. De estadios que fueron testigos de su magia, de su talento, de sus pies prodigiosos, de sus pases de diamante, de sus caños resplandecientes. Un mago que nos sacó sonrisas con simplemente tocar una pelota (qué eficaz era su varita cubierta con un botín). Un artista cuyos pinceles son sus pies, su lienzo el verde césped y los movimientos que la pelota ejecutaba en la cancha, sus preciadas pinturas. Un hincha como yo, como vos, que también anhelaba con que la azul y oro galope por todos los rincones de este planeta. Y lo logró.
Colgó los botines y le dijo AD10S a una etapa plagada de títulos, magia, mística. Y sobre todo, de felicidad para todos aquellos que lo vimos jugar y desplegar sus gambetas en el patio de su casa. Somos privilegiados al haber tenido el honor de disfrutar de su fútbol. Ese fútbol tan pensante, que cumple con la utopía de para el segundero para elegir bien, que abraza siempre a la pelota. A la pelota: su fiel compañera, el juguete más lindo, ese objeto con el que el 10 tenía un ROMANce que permanecerá inoxidable a través del tiempo. Porque los amores de verdad no se olvidan, ni se esconden, ni se guardan. Quedan latiendo en la memoria, en cada instante en el que cerremos los ojos para abrirlos al recuerdo. Y este es uno de ellos.
Pobre de aquel que no supo disfrutarlo, pobre de aquel que por rivalidad o rechazo, se perdió de uno de los jugadores más grandes del fútbol mundial. Pobre de aquel que miró hacia otro lado cada vez que Riquelme sacaba de su galera algún movimiento mágico con la número 5. Pobre de aquel que corrió la mirada ante un tiro libre que dejaba al balón dentro de la red, entrando de una manera impensada, convirtiendo un gol espectacular. Único. Extraordinario. Como él.
Siento un dolor profundo, tengo espinas en mi pecho. Una parte de mí se derrumbó con fuerza en este enero gris, pero mantengo la vaga ilusión de que saldrá en los medios, con sus botines puestos, diciendo que va a volver. Que nos quedemos tranquilos porque el seguirá jugando. Porque él quiere volver a sacarnos una sonrisa. Una sonrisa a nosotros, al fútbol y a la pelota. Quiero que su retiro sea un amague más, deseo que nos haya engañado, que logró gambetearnos, como lo hizo con sus rivales durante su carrera. Esa carrera que terminó, pero que aún no lo creo. Esa carrera que llegó a su fin, pero que quedará marcada a fuego en el fútbol mundial. Porque las leyendas no se extinguen. Y Román es una de ellas.
Muchos futbolistas podrán jugar al fútbol, pero nadie lo hará como él.
Cientos de pibes dirán que juegan de 10, pero el último 10 se despidió.
Miles de pies pisarán el místico césped de La Bombonera, pero jamás habrá otro que la sentirá como el jardín de su casa.
La 10 de Boca, podrá ser portada por gran cantidad de jugadores, pero eternamente será de Riquelme.
Varios besarán la pelota, pero ella seguirá manteniendo un ROMÁNce con Román.
Otros recibirán ovaciones, pero las que él obtuvo jamás se repetirán.
Hubo, hay y habrá muchas personas que juegan al fútbol, pero él y solamente él, será, por siempre, mi máximo ídolo en el fútbol.
Termino esto con un profundo agradecimiento a este señor tan bostero como yo, que desde el 1996 sana a la pelota.

Hasta siempre, Juan Román Riquelme. Te amo, ídolo.


Gracias por cada sonrisa, por cada lágrima, por cada ilusión. Te amo y jamás dejaré de amarte. 

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